10 de febrero, hoy

Einstein tenía razón: cuando aparece la aseguradora, el tiempo colapsa

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Hoy acompañé a un amigo a internarse. Cirugía programada. Lo de siempre: depósito, firmas, “si el seguro no paga, usted sí”. Y bastó escuchar la palabra aseguradora para que el calendario se doblara sobre sí mismo. De pronto ya no era 2025: era 10 de febrero de 2018. Primer quimioterapia. Póliza vendida como blindaje “hasta la última jeringa”. El titular: familiar del paciente, empleado del SAT. Sí, ni al SAT respetaron.

Una sola palabra mal escrita por un médico de guardia, y aun bien escrita habrían encontrado otra, bastó para cancelar 72 días de gastos. Setenta y dos. El diagnóstico: cáncer de esófago. El paciente: médico internista, 69 años. El acto más doloroso no vino del tumor, sino del teatro: durante 72 días fingió que todo estaba cubierto para no quebrar a su familia. “Tranquilos, el seguro responde”. Yo supe desde el día uno que ya habían dado marcha atrás. Él, cinéfilo empedernido y, sobre todo, cuidador nato de los demás, se ganó un Oscar póstumo a la dignidad. Murió sin delatar a quien lo defraudó.

Siete años después, el guión es el mismo: Preguntas con doble filo, letras chiquitas en el pico de la vulnerabilidad, cajas registradoras con estetoscopio. La misa negra de la salud privada continúa: primero te cobran, luego preguntan cómo te sientes y, al otro lado, las aseguradoras con su catecismo de exclusiones: “preexistente”, “no médicamente necesario”, “documentación incompleta”. Traducción: No pagamos.

Einstein tenía razón: el tiempo es relativo. Un trámite puede comprimir siete años en un segundo; un contrato puede estirar 72 días de esperanza hasta romperla. Pero hay algo que no debería ser relativo: La dignidad del paciente.

Queda escrito: Nunca más firmas en bata ni con la vena canalizada; Nunca más depósitos que superen el deducible “por si acaso”; Nunca más letra chiquita dictando sentencias en la antesala del quirófano.

El 10 de febrero de 2018 no es pasado; es presente, cada vez que un enfermo cruza la puerta y le ponen la caja por delante. Si de relatividad hablamos, que sea esta.

Primero la persona, luego la factura, lo demás es contabilidad sin alma.