Cuando el quizá te cobra intereses
Decir NO a tiempo salva más que un ya veremos
¿Y si el mayor acto de amor propio no fuera perdonar, sino prenderle fuego al puente correcto? No por drama, por higiene emocional: hay vínculos que son como un semáforo atorado en amarillo, prometen avanzar, pero te roban vida en cuotas de casi.
No todo merece segunda temporada. Relaciones que solo funcionan en modo nostalgia, trabajos que piden domingos y pagan migajas de respeto, amistades que guardan tus secretos solamente para usarlos en tu contra cuando les conviene.
La indecisión es un impuesto muy caro: lo pagas en autoestima, tiempo y oportunidades que alguien más sí está cobrando en tu lugar. El “poco a poco” es una chulada cuando hay rumbo; cuando no, es un pretexto barato.
Si te eligen, se nota; si te mienten, también. La prueba no está en el discurso, sino en el calendario.
¿Aparecen cuando importa o mandan flores al velorio de lo que no cuidaron en vida?
He visto el truco mil veces: promesas que llegan con moño y se van sin recibo; líderes que piden lealtad total a cambio de respeto parcial; parejas que te aman muchísimo, justo hasta el límite donde empieza tu dignidad.
Y no, no es que todo sea relativo. Hay líneas que, si las cruzas, no vuelves sin dejar partes de ti en la aduana. La tecnología puede recordarte cumpleaños, sugerirte playlists y hasta escribirte disculpas creíbles; lo que no puede es darte criterio. Algoritmos sobran; verte al espejo y decir “hasta aquí” sigue siendo totalmente humano y sí, arde, quema recuerdos, conversaciones preciosas y planes que hoy duelen como tatuaje mal hecho. Pero el fuego también hace otra cosa: despeja.
¿Y si me arrepiento? Claro que puedes arrepentirte, es humano. Posponer indefinidamente también. La diferencia es que el arrepentimiento te enseña y la postergación te paraliza. Uno deja cicatriz; la otra, gangrena.
El día que te atreves a quemar el puente equivocado, descubres una obviedad que nadie te dice porque no vende: no pierdes caminos, recuperas el mapa. Y con el mapa, el tiempo. Y con el tiempo, la voz.
BLANCO O NEGRO
¡TÚ DECIDES!