Échaleganismo
¿Y la Cheyenne Apá?
Domingo, carne asada. Tus primos están en una acalorada discusión sobre si Bad Bunny es un genio o simplemente está sobrevalorado. De pronto, la tía Lupe interrumpe con su frase de siempre: “¡Échale ganas, mijo!”, como si la vida fuera una piñata que se rompe a golpes de esfuerzo puro y sudor. Pero, ¿cuánto de verdad hay detrás del famoso “échale ganas”?
El échaleganismo es una fábula que nos vendieron como un remedio infalible, pero la realidad es menos romántica. Por cada héroe exitoso que escaló a la cima con sacrificio y esfuerzo, existen miles de silenciosas historias de quienes lo intentaron con la misma fuerza, pero no llegaron. Amigos que lo dejaron todo, pero TODO, por alcanzar un sueño, ¿eran flojos o ingenuos? Ni remotamente. Simplemente la vida no reparte cartas justas.
Admiramos al emprendedor que arrancó en un garaje y hoy viaja en jet privado, olvidamos que más de la mitad de los negocios cierran antes de cinco años. Pandemias, trámites que no caminan, promesas huecas, competencia feroz, salud frágil o nulas redes de apoyo pesan más que las porras. No es derrotismo: es honestidad para diseñar mejores caminos.
La incomodidad real es admitir que el juego nunca ha sido equitativo. Pregúntate: ¿tuviste la suerte de nacer en el barrio adecuado, con escuelas decentes y parques en lugar de cantinas? Porque correr la carrera de la vida con los tenis rotos y/o el tobillo torcido no es lo mismo que hacerlo desde la línea de salida, con calzado de lujo. Así que, la próxima vez que alguien lance el clásico “échale ganas”, sonríe amablemente y dile que gracias, pero que nunca será suficiente con echarle ganas.
Éxito, en claro: avanzar con propósito, ser coherente, construir relaciones que sumen, generar autonomía económica suficiente sin vender el alma y dejar un impacto verificable en otros.
Éxito es saber que alguien llevó una vida mejor por haber existido tú.