Nunca es tarde, hasta que lo es
No fue falta de tiempo, fue exceso de excusas calendarizadas
 
        
      Siempre hay alguien que dice: “Nunca es tarde para cambiar” y siempre hay otro que responde: “Estoy de acuerdo”, mientras vuelve a posponer lo que lleva años evitando.
El problema no es el tiempo, es el autoengaño, nos encanta la idea de que la vida nos espera, como si el destino tuviera paciencia infinita y los trenes pasaran cada quince minutos con tu nombre escrito en el vagón de primera clase. ¡Qué bonito cuento!
El “nunca es tarde” es cierto, hasta que se convierte en consuelo y después, en condena, porque sí hay un punto sin retorno, el cuerpo ya no responde igual, la relación ya no da para más, el proyecto ya no tiene sentido, tú ya no eres el de antes.
Y no se trata de alarmismo, sino de honestidad. El “todavía hay tiempo” funciona mientras lo usas; si lo acumulas como si fuera saldo, se evapora.
Como los “mañana empiezo”, los “después lo hablo”, los “cuando tenga ganas”, no vas a tener ganas, nunca llegan solas.
La vida no avisa cuándo se cierra la puerta, solo se cierra y tú te quedas con manija en mano.
“Pero yo conozco gente que cambió su vida a los 80”, claro, también hay gente que atraviesa el desierto sin tomar agua; admirable, sí, pero no uses excepciones como excusa para seguir aplazando lo obvio.
No necesitas un cambio épico. Solo uno que empiece. Una llamada. Un correo. Un “ya basta”. Porque nunca es tarde; hasta que lo es.
Y entonces, no necesitas más tiempo. Necesitas perdón.
Y hablando de tiempo, uno de los mayores ladrones anda suelto en todos los bolsillos. No creo que se llame TikTok por casualidad.