Me lo contó Rosa

Y sin darse cuenta, me habló del dia en que la confianza perdió las llaves.

Autor de la columna

Me lo contó Rosa, sin drama, como quien se acuerda de algo que ya no cabe en los tiempos de ahora, decía que antes los vecinos entraban sin avisar, y que eso no era intromisión, era confianza, que las puertas quedaban abiertas, que las ventanas no necesitaban rejas y que nadie preguntaba quién tocaba porque todos sabían quién era. También me contó que las llaves del coche siempre quedaban puestas, así, sin miedo, con la certeza de que nadie se las iba a llevar, hasta que un día, en letras grandes, el periódico anunció: “Se robaron un coche” y no fue solo el coche, fue la confianza la que esa noche no regresó al garage.

Después vinieron otros veinte, y con cada uno se nos fue pegando el miedo, aparecieron las cerraduras, las alarmas, los portones eléctricos, los ojos digitales para ver sin mirar y poco a poco, la confianza se convirtió en una reliquia doméstica, guardada junto con las fotos en blanco y negro.

Rosa lo decía sin nostalgia, más bien con incredulidad, no entendía cómo pasamos de dejar las puertas abiertas a no dejar pasar ni la palabra, de escuchar la risa del vecino a no saber si todavía vive ahí, de confiar por costumbre a desconfiar por instinto.

Yo me quedé pensando si fue el robo, la prisa o el ruido, si la desconfianza empezó en las noticias o en nosotros, quizá el problema no es que cerramos la puerta, sino que olvidamos cómo volver a abrirla, hoy todo está bajo llave: Las casas, los carros, los sentimientos y aunque tengamos más sistemas de seguridad que nunca, dormimos menos tranquilos que antes.