La insoportable levedad del ser

La ligereza con que huimos del peso de existir

Autor de la columna

Vivimos flotando. Corremos sin rumbo, opinamos sin fondo, sentimos sin quedarnos. Nos enseñaron que lo importante es “no complicarse”, cuando en realidad esa ligereza que tanto presumimos es la versión moderna de la indiferencia.

Milan Kundera lo dijo mejor: la insoportable levedad del ser. Esa sensación de estar vivos, pero no del todo. De tenerlo todo y no saber para qué. De llenar el día de tareas y vaciar el sentido de propósito.

Nos volvimos expertos en escapar. Cambiamos la profundidad por la prisa, la conversación por el trámite, la emoción por la pose. Queremos experiencias intensas, pero que no dejen marca; vínculos que no pesen, causas que no incomoden. Y cuando la vida pesa —cuando enferma, cuando se va, cuando duele—, buscamos alivios exprés para no mirar de frente.

Lo que se evita entender, regresa. Lo que no se enfrenta, se instala. Y lo que no se asume, termina decidiendo por ti.

La ligereza es cómoda… hasta que se vuelve hueco. Porque el que flota no avanza: deriva.

Quizá a eso se refería Kundera, pero ¿y la vida? A elegir si seguimos flotando sobre lo aparente o nos atrevemos a pisar el suelo, con todo y espinas. A cargar el peso del amor, del error y del tiempo sin maquillarlo. A entender que vivir no siempre es amable, pero siempre es verdad.

A veces el único modo de no perderse es dejar que algo —o alguien— nos pese.

Y si eso es insoportable, bendita sea la carga.