Lo más importante es que, lo más importante sea siempre lo más importante
El país no está roto, se nos rompió por dentro.
México no está en Palacio Nacional ni en la frontera. México somos nosotros. Los que despertamos temprano para llegar tarde a todo, al trabajo, al cambio y, sobre todo, a nosotros mismos. Los que exigimos un país mejor pero seguimos buscando atajos.
Los que pedimos justicia con la boca y la evadimos con la conducta. Allá arriba anuncian aranceles, promesas, reuniones de emergencia. Acá abajo corremos tras la quincena, tras la señal, tras la ilusión de que todo va a mejorar “después”. Pero “después” es la palabra favorita del autoengaño nacional.
Vivimos tan ocupados en lo urgente que ya olvidamos lo esencial: cuidar la salud, honrar la palabra, escuchar al otro sin ver el reloj, estar presentes en la mesa, no solo en la foto. El país se parece a nosotros más de lo que creemos.
No se quiebra por un tuit ni por un discurso extranjero; se quiebra por pequeñas renuncias diarias: la ética que cedemos, el silencio que aceptamos, la empatía que dejamos para mañana.
Igual que nosotros, no nos rompemos de golpe, nos vamos agrietando a diario. Nos distraen con ruido, igual que nosotros nos distraemos con pantallas. Ellos se esconden detrás de comunicados; nosotros, detrás de excusas.
Y lo más triste: ambos sabemos que podríamos hacerlo mejor y no lo hacemos. México es ese amigo que sonríe en la foto mientras por dentro se desmorona. Y todos aplaudimos el retrato porque nos da miedo mirar lo real.
Pero un país no se salva con discursos ni un corazón con promesas. Se salva con actos, con coherencia, con esa vieja costumbre de hacer lo correcto aunque nadie esté viendo.
No se trata de gritar “¡Viva México!”; se trata de que México viva en lo que hacemos cada día. Porque aunque suba el dólar o cambie el gobierno, hay algo que no debería moverse: la familia, los afectos, la gente que te espera en casa, la verdad que te sostiene cuando se apagan las noticias.
Y sí, mientras seguimos buscando piedras, se nos escapan los diamantes. Por eso, recordémoslo sin solemnidad, pero con conciencia:
Lo más importante es que lo más importante sea siempre lo más importante.