El país que se quedó sin niños
Un país sin niños es un país que ya empezó a morir
México rompió un récord que nadie quiere presumir. El INEGI confirmó esta semana que el país cayó a 1.58 hijos por mujer, el nivel más bajo en nuestra historia moderna. No es estadística, es advertencia. Un país empieza a colapsar cuando deja de nacer. Así de simple. Así de brutal.
En 1990 teníamos 3.4 hijos por mujer, hoy, menos de la mitad. En treinta años se vació la cuna mientras llenábamos carreteras, plazas comerciales, redes sociales y discursos sobre “el futuro de los jóvenes”. El futuro de los jóvenes se fue quedando sin jóvenes.
Este dato no es abstracto. Significa que en dos décadas habrá más funerales que fiestas infantiles. Más sillas vacías en las primarias. Más abuelos sin nietos. Más ciudades donde el silencio será la música de fondo. Y ojo: un país con más adultos mayores que niños no es un país viejo. Es un país agotado.
Pero aquí viene la parte que casi nadie quiere ver: la caída en nacimientos no es culpa de la economía, ni del costo de vida, ni del caos social. Es síntoma de algo más profundo: la gente ya no quiere traer hijos a un lugar donde cuidar se siente un acto heroico. Donde sobrevivir consume toda la energía que antes se usaba para soñar. Donde el futuro pesa más de lo que ilusiona.
El INEGI no lo pone así, pero yo sí: un país deja de tener niños cuando deja de tener esperanza. ¿Se puede revertir? Sí, pero no con discursos. Con acciones. Con políticas que acompañen, no que observen. Y aquí entra la tecnología no como juguete, sino como puente: plataformas que alivien el costo emocional y logístico de criar, apps que conecten apoyos, que documenten el desarrollo infantil con precisión para que los padres no sientan que caminan a ciegas, herramientas que reduzcan carga, no que aumenten culpa. La IA puede hacer mucho, pero solo si se usa para sostener familias, no para sustituirlas.
México no necesita más frases motivacionales, necesita niños. Necesita madres sin miedo, padres sin vergüenza de pedir ayuda (y no padres sinvergüenzas). Un país sin nacimientos no muere de golpe, muere en silencio, muere despacio.
Y si México sigue así, un día despertaremos sin gritos de fondo, sin mochilas tiradas, sin dibujos en el refri. Creeremos que es calma, cuando en realidad será el eco de un país que ya no se reproduce.
La pregunta no es por qué nacen menos niños. La pregunta es cuándo dejamos de ser un lugar donde valiera la pena nacer.